Imagina que es una semilla
jueves, 12 de mayo de 2011
T.
T.
miércoles, 11 de mayo de 2011
T.
T.
Como echo de menos todo, sobretodo en días como hoy.
martes, 17 de noviembre de 2009
Días.
lunes, 1 de septiembre de 2008
Tenerife
miércoles, 23 de enero de 2008
Aquel día...
Aquel día había llegado, aquel día en el que se iba y lo dejaba todo atrás, todo, la familia, los amigos, los recuerdos... Había decidido partir aquella misma mañana, vació su armario y se fue a la estación. Allí compró un billete. Empezó el viaje. A través de su ventanilla podía ver como las casas se iban alejando, como empezaban a aparecer prados con sus vacas, como desaparecían y volvían a aparecer. Le aburría demasiado mirar por la ventanilla como para continuar haciéndolo, así que cogió aquel libro que nunca había podido terminar pero que había empezado tantas veces. Comenzó a leer, a pasar página tras página. La lectura le había absorbido, ni siquiera se daba cuenta de las paradas que el tren iba haciendo. Miró el reloj, habían pasado tres horas desde que había empezado el viaje. Levantó la cabeza, quedaban varios viajeros, así que no se preocupó y volvió a enfrascarse en la lectura de aquel libro. Llegó al último punto del libro al mismo tiempo que el tren paraba. El vagón estaba vacío, no se había dado cuenta de que el tren parase ni una sola vez. Fue a buscar su maleta, abrió la puerta y entonces se dio cuenta de que allí no había nada, era una extensión de tierra marrón. Pensó que se había pasado de estación o que estaba un poco más adelante. Decidió caminar con la maleta a cuestas. De pronto vio a un amigo suyo a lo lejos, se preguntó qué hacía allí, pero cuando fue a abrir la boca para preguntárselo ya había desaparecido. Vio también aquel banco en el que solían pasar todos juntos las tardes de verano. Vio a sus padres. Vio a sus primos. Fue viendo muchas cosas, pero como la primera, iban desapareciendo. Entonces fue cuando se dio cuenta. Había cogido un tren que creía que llevaba a la felicidad, pero la felicidad no es un lugar.
La felicidad es un amigo, un banco en el que sentarse todos juntos las tardes de verano, la familia, e incluso, simplemente, tomarte un helado.